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El hielo de agua hallado por el James Webb: la universalidad del proceso planetario

Andrés Tudares
20/05/2025 08:35:00

El reciente descubrimiento de hielo de agua cristalina en un joven sistema estelar, a 155 años luz de la Tierra, marca un hito en la astrofísica moderna y en nuestra comprensión de los orígenes planetarios. Por primera vez, el telescopio espacial James Webb ha detectado de manera inequívoca la presencia de este compuesto esencial en un disco de escombros que orbita una estrella joven similar al Sol, HD 181327.

Más que una simple observación astronómica, se trata de una revelación con implicaciones profundas: la formación de mundos potencialmente habitables no es exclusiva de nuestro sistema solar, sino un proceso probablemente universal.

HD 181327, con apenas 23 millones de años de edad, representa lo que nuestro Sol fue en su niñez, hace más de 4.600 millones de años. Su entorno está rodeado por un vasto disco de escombros polvorientos, análogo al actual Cinturón de Kuiper, donde cometas, planetesimales y cuerpos helados colisionan de forma continua. Estas colisiones liberan partículas diminutas, “bolas de nieve sucias”, ricas en hielo de agua, que el James Webb ha podido detectar con una claridad sin precedentes.

Este hallazgo no solo confirma una sospecha de hace más de una década —cuando el telescopio Spitzer insinuó la posibilidad de agua congelada—, sino que amplía de manera decisiva nuestra mirada sobre los ingredientes fundamentales para la vida en el universo. En palabras de la astrofísica Noemí Pinilla, del Instituto de Ciencias y Tecnologías Espaciales de Asturias (Ictea), este descubrimiento “refuerza la idea de que puede haber vida no solo en nuestro planeta, o en nuestro vecindario, sino en cualquier lugar del universo que tenga unas condiciones similares”, según recoge el diario Abc.

El papel del agua en la arquitectura planetaria

El agua no es solo un requisito biológico; es también un agente estructurador en la evolución de sistemas planetarios. Su presencia en forma de hielo en regiones exteriores de discos protoplanetarios contribuye de forma determinante a la formación de planetas gigantes, al actuar como aglutinante para la acumulación de materia. Más aún, cometas y asteroides helados pueden transportar ese hielo —y las moléculas orgánicas que muchas veces lo acompañan— hacia las zonas interiores, sembrando los planetas rocosos en formación con los ingredientes esenciales para la vida.

Este modelo, que durante décadas ha sido teórico en la cosmología, encuentra ahora una confirmación directa en el sistema de HD 181327. El hielo de agua detectado en su disco confirma que las etapas tempranas de su evolución se parecen mucho a lo que ocurrió en nuestro vecindario celeste. Si la vida pudo surgir aquí, no hay razón para descartar que surja en otros lugares sometidos a condiciones similares.

Un proceso cósmico

El valor científico de este hallazgo radica también en su capacidad para normalizar lo que antes parecía excepcional. Como señala Pinilla, el descubrimiento de hielo cristalino no implica únicamente que el agua exista “allá afuera”, sino que los mecanismos que dieron forma a nuestro sistema solar no son exclusivos. La formación planetaria —con todas sus fases de colisión, condensación y acreción— podría ser un proceso repetible en la arquitectura del universo.

Lo que hasta hace poco eran hipótesis basadas en modelos computacionales y analogías ahora tiene una base empírica robusta. El telescopio James Webb se está consolidando como una auténtica máquina de los deseos para la astrofísica, traduciendo las suposiciones más ambiciosas en evidencias tangibles que reescriben la historia de la evolución cósmica. @mundiario

por KaiK.ai